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En Misantla, el tejido dejó de ser un oficio asociado únicamente con las abuelas, hoy, se ha convertido en una herramienta de sanación emocional, creatividad sin límites y empoderamiento económico, gracias al impulso de jóvenes mujeres que han encontrado en los amigurumis una nueva forma de expresión y comunidad.
Ellas conforman Tejedoras Unidas, una colectiva artesanal que ha tejido mucho más que figuras de estambre: han entrelazado amistad, resiliencia y oportunidades en cada punto de crochet, en palabras de Mariela González Reyes, originaria de Misantla, "el amigurumi es un arte muy bonito y especial para todas, se trata de figuras tejidas a mano, totalmente personalizables, podemos crear desde tortugas hasta flores o personajes únicos, siempre según lo que el cliente sueñe".
Mariela lidera el emprendimiento "La magia de la migurumi", una propuesta que nació después de seis años de practicar el tejido: "Esto es más que un pasatiempo, nos ayuda a enfocarnos, a canalizar emociones, y cuando lo compartimos, también tejemos redes de apoyo", afirma con orgullo.
Una de las impulsoras más visibles de esta nueva ola textil es Karla Martínez, diseñadora de modas que hace siete años fundó La Cestita, una tienda especializada en hilos, estambres y artículos para tejer, pero su proyecto va más allá de lo comercial: "Desde el inicio quise crear comunidad, damos talleres, clases y también colaboramos con instituciones como el CAM (Centro de Atención Múltiple), casas hogar y refugios de animales. Queremos que el tejido llegue a todos los rincones de Misantla".
Para Karla, el tejido es un lenguaje versátil que puede transformarse en ropa, accesorios, decoraciones, juguetes o artículos para mascotas: "Lo bonito del tejido es que se adapta a lo que tú imagines. No hay límites", sostiene.
Otra integrante de este movimiento es Eli Meza, quien aprendió a tejer desde niña pero solo lo hacía para su familia, hoy forma parte del proyecto Lazos con Amor, donde da vida a creaciones que se venden, se comparten y se disfrutan: "Gracias a estas chicas me animé a emprender, el tejido me ha ayudado a manejar la ansiedad, sobre todo en estos tiempos tan complicados. Es una forma de relajarse, de estar en paz con una misma", expresa.
Por su parte, Alexandra Cristal Téllez, quien lleva tres años tejiendo, destaca que esta actividad es inclusiva y para todas las edades: "Hasta los niños vienen a nuestras clases, y sí, también hay hombres que tejen, y lo hacen muy bien, el tejido no tiene género ni edad", asegura.
Tejedoras Unidas no solo promueve el arte del amigurumi como una técnica manual, sino como un acto social y emocional, en cada puntada hay una historia: la de una mujer que se supera, la de una joven que emprende, la de una comunidad que se encuentra y se acompaña.
A través del crochet, estas mujeres están resignificando una práctica ancestral con un enfoque contemporáneo: autocuidado, inclusión y economía solidaria, con hilos de colores, están bordando una nueva narrativa para Misantla.
"Tejer no es solo hacer muñecos, es crear algo con el corazón, y eso, al final, también transforma vidas", concluyen.