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Según el INEGI, las personas mayores de 50 años son el grupo que enfrenta mayores barreras para acceder a un empleo.
El fenómeno, conocido como edadismo laboral, implica una discriminación por motivos de edad que afecta tanto a quienes buscan reincorporarse al mercado como a quienes intentan conservar su trabajo en un entorno que prioriza la juventud.
La Ley Federal del Trabajo establece derechos y obligaciones para quienes están empleados bajo esquemas formales.
No obstante, la realidad es que muchas personas nunca logran incorporarse a ese sistema. La edad, sumada a otros factores como el nivel educativo, la región donde se vive o el género, sigue siendo una de las principales barreras invisibles.
La situación es especialmente crítica para quienes han superado los 65 años. Solo el 1.8% de esta población trabaja de manera activa en México. En contraste, el 98.2% de las personas en ese rango de edad permanece fuera del mercado laboral y, en muchos casos, depende de pensiones o de apoyos sociales del gobierno federal.
Sin embargo, la exclusión no comienza en la vejez. Desde los 50 años, muchas personas son descartadas durante los procesos de reclutamiento, incluso si cuentan con experiencia y habilidades. La idea de que la edad está ligada a la ineficiencia se impone con fuerza, a pesar de la evidencia que muestra lo contrario.
Para quienes se encuentran en la franja de los 40 a 49 años, la situación también es desafiante. Aunque todavía no entran en la categoría de "adultos mayores", los empleadores tienden a percibirlos como candidatos "caros" o difíciles de adaptar a nuevas metodologías laborales, especialmente en sectores tecnológicos o de servicios.
Esta percepción distorsionada provoca que muchas empresas prefieran contratar a personal más joven, aunque con menor experiencia o formación. De este modo, se desaprovecha una valiosa fuente de conocimiento y liderazgo, lo cual impacta negativamente en la productividad nacional.
El panorama tampoco es alentador para quienes tienen menos de 30 años. Aunque se asocia la juventud con dinamismo y flexibilidad, la falta de experiencia sigue siendo un factor determinante que frena el acceso a empleos bien remunerados. Muchos jóvenes, incluso con estudios universitarios, se enfrentan a contratos precarios, jornadas extenuantes y sueldos bajos.
En la práctica, esto genera un círculo vicioso: no se les contrata por falta de experiencia, pero tampoco pueden adquirirla porque no se les da la oportunidad. Así, gran parte de la población joven mexicana se ve obligada a insertarse en empleos informales, subempleados o con nulas prestaciones.
El fenómeno del edadismo laboral evidencia una contradicción estructural: mientras los adultos mayores son considerados obsoletos, los jóvenes no son vistos como lo suficientemente aptos. En ambos casos, el resultado es el mismo: exclusión, precariedad y frustración.
Especialistas advierten que esta lógica no solo es injusta, sino ineficiente. La experiencia no debería considerarse una desventaja, y la juventud no debería asociarse exclusivamente con bajo costo.
Para enfrentar el envejecimiento de la población y los retos del mercado global, México necesita una política de empleo incluyente, que reconozca el valor de todas las generaciones.