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En la política actual, donde los partidos se desfondan y los liderazgos se venden al mejor postor, hay figuras que, para bien o para mal, permanecen fieles a su estampa original.
Son como esos viejos faros que, aunque golpeados por las tormentas y el abandono, siguen encendidos. Carlos Vasconcelos Guevara es uno de ellos.
Un priista de hueso rojo que, a pesar del naufragio evidente del Revolucionario Institucional, decidió volver a zarpar bajo sus siglas. No es poco en estos tiempos de deserciones oportunistas.
Y es que, si algo hay que reconocerle —aun sus más férreos críticos lo admiten—, es la coherencia.
Esa virtud cada vez más escasa en el ecosistema político mexicano.
No se trata de una cruzada heroica ni de una narrativa épica, pero sí de una apuesta consciente por el mismo barco que muchos ya abandonaron cuando empezó a hacer agua.
Vasconcelos ha optado por una campaña que contrasta con el tono beligerante y lleno de estridencias que predomina en los procesos locales.
En lugar de utilizar la pólvora del insulto para dinamitar a sus adversarios —como le recomendarían sin dudarlo los asesores de manual—, ha decidido caminar con la propuesta por delante.
Habla de poner orden, sí, pero sin personalizar los ataques, sin armar escándalos mediáticos ni explotar las miserias ajenas.
Lo suyo es más bien el camino largo y menos espectacular, como quien prefiere construir una carretera que cortar un listón.
O quizá en tono espiritual la ruta de Carlos podría estar en un pasaje de "The Long and Winding Road" del maestro Paul McCartney, de ahí que pueda ser un "largo y sinuoso camino que lleva a tu puerta / Nunca desaparecerá..."
¿Le alcanza? Esa es la gran pregunta. Porque en política, el virtuosismo no siempre se traduce en votos, y la decencia puede parecer una estrategia débil ante el vendaval de memes, discursos de odio y promesas imposibles. Sin embargo, algo ha ido cambiando en esta contienda.
Las encuestas de banqueta, los gestos de apoyo popular y los eventos recientes con trabajadores y mujeres de diversos sectores parecen confirmar que su intención de voto va al alza.
No porque se cortó la barba —como en tono irónico se comenta—, sino porque se ha mantenido auténtico y transparente.
El cambio de tono también se refleja en los gestos más sutiles: ha presentado públicamente a sus hijos, ha agradecido con honestidad a sus colaboradores y no escatima una sonrisa o una broma para acercarse a la gente.
Esa humanidad, esa forma de bajarse del pedestal político, lo conecta con sectores que no suelen tener voz ni rostro en los discursos acartonados.
Y, quizá lo más importante: su labor social no comenzó ni terminará con esta campaña. A diferencia de quienes despliegan carpas de beneficencia cada tres años, Carlos mantiene una línea de apoyo permanente a grupos vulnerables.
Esa constancia no se imprime en espectaculares ni se mide en "likes", pero genera una base de credibilidad que sus adversarios no pueden comprar.
Ahora bien, también hay turbulencias. El episodio con Juan Pablo Sosa González, su ex suplente a la alcaldía, dejó una estela de confusión digna del guion más enredado de Cantinflas o hasta una declaración de Cuitláhuac.
Sosa intentó explicar que sí, pero no; que seguía, aunque lo habían hecho renunciar; que no se iba, aunque ya no estaba.
Una salida innecesaria y mal explicada que pudo haberse evitado con una comunicación política más clara.
El enroque sugiere ajustes internos en la logística de campaña o, tal vez, acomodos para futuros encargos, pero dejó una ventana abierta a las especulaciones.
A pesar de ello, Vasconcelos ha mantenido el rumbo. Su frase de que "no hay cierre de campaña porque seguirá caminando" resume bien su narrativa: no hay una línea de meta, sino una trayectoria.
Como esos corredores de fondo que no corren para el aplauso, sino por convicción.
Lo que está en juego no es solo una alcaldía, sino el tipo de política que quiere construir Coatzacoalcos.
Una basada en la continuidad de las causas sociales o en los fuegos artificiales de campaña.
Si Carlos gana, su victoria será también de la resistencia a una política ruidosa y desechable. Si pierde, quedará como testimonio de que aún hay quien se atreve a competir con principios.
En tiempos de volatilidad política, donde todo cambia con la rapidez de una tendencia en redes sociales, la apuesta de Vasconcelos es una rareza.
Como un árbol que, en vez de moverse al vaivén del viento, ha decidido echar raíces más profundas. La historia dirá si esa firmeza fue suficiente para resistir la tormenta.
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